Recién tuve la ocasión de supervisar un departamento empresarial, donde un Director mantenían relaciones que si bien no eran del todo malas con sus empleados, se acusaba un malestar acuciado en referencia al mismo porque una empleada había entrado en depresión por un supuesto acoso laboral de él. Tuve ocasión de profundizar en el caso y durante meses observé que la relación entre director y empleada se mantenía en unos márgenes muy estrictos en lo referente al trato laboral que me hizo sospechar de la existencia de un mecanismo de defensa existente entre ambos, de manera que su relación estaba establecida dentro de un límites donde el humor, la risa, la broma, la cercanía no tenía cabida. Después de mi experiencia, era fácil pensar que cuando dos personas hacen todo lo posible por evitar una relación cordial, grata, sincera y cercana, es que de algo se están defendiendo. De manera muy sutil y después de varios meses de trabajo, pude descubrir que tanto en la empleada como en el director se había despertado un sentimiento inconsciente, que bien podíamos denominar amor tímido en ella y deseo en él, pero que ninguno de los dos aceptaba. La lucha moral de ella, mujer de fuertes convicciones católicas y él, hombre rígido y de educación severa militar, había producido una perturbación en la vida anímica laboral de ambos. Los dos sabían de la existencia del deseo y del amor del uno por el otro pero su moral les impedía mostrar el menos atisbo de dichos sentimientos, por lo que para protegerse de ello, ambos había levantado una rígida barrera defensiva emocional, disfrazando de acoso y malestar laboral lo que inconscientemente era una pasión reprimida difícil de contener y que había producido en ella una profunda depresión por la sapiencia de no poder nunca satisfacer su amor reprimido. El trabajo del psicoanálisis consistió en ir relajando la moral de ambos hasta que pudieron producir a modo de broma y chiste la frase donde ambos daban cuenta de su amor y su deseo. Actualmente, viven su relación laboral de manera satisfactoria.
martes, 5 de julio de 2011
domingo, 19 de junio de 2011
APORTACIONES A LA GESTION EMOCIONAL GRUPAL
La intolerancia al otro tiene su fundamento en la relación de espejo que nos produce el mirarnos y vernos reconocidos de manera inconsciente en el otro. Llega un punto donde el sujeto ve en el otro características que le recuerdan a algún fantasma emocional bien de la figura del padre, de la madre o de los defectos no aceptados de uno mismo.
Para coordinar, dirigir y crear sinergias entre los grupos, se deben estudiar los complejos emocionales que se oponen a la formación de una sólida estructura grupal. Para ello, debe buscarse dentro de los aspectos de intolerancia entre compañeros, los fantasmas emocionales que hacen que las personas sean reflejo de lo que no nos gusta de nosotros mismos. Siempre hay algo en el otro que me recuerda a mí pero que no acepto y rechazo y es la fuente de conflictos. Para ser un buen coordinador o liderar un equipo, hay que tener desarrollada la capacidad de escuchar porque entre dos personas que no se toleran o se reprochan la forma de ser, podemos encontrar el fantasma emocional que produce dicha situación de intolerancia. Normalmente la intolerancia suele estar sostenida por un afecto: celos, envidia, narcisismo, tristeza, odio, amor. Otras veces la causa suele ser la existencia de un deseo inconsciente no admitido: sadismo, masoquismo, homosexualidad. De manera que tanto lo que separa a las personas dentro de los grupos como lo que las une, está ligado a la existencia de un afecto o un deseo inconsciente. Las rivalidades entre compañeros suelen ser desplazamientos del fantasma de la relación del niño rivalizando con el padre. Un odio encarnizado entre dos hombres, cuando no hay causa real que lo produjere, es un desplazamiento de un deseo homosexual latente que no se admite en la conciencia. El odio evita en todo caso, el acercamiento, el amor homosexual. Miren detenidamente a los hombres de sus equipos y compruébenlo.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)