Un contrato emocional está encaminado a producir o garantizar un estado anímico relacionado con el bienestar y sus cláusulas deben evitar todo aquello que produzca malestar laboral.
Cuando se produce algún tipo de malestar que se acrecienta y/o que se mantiene en el tiempo, puede romper el bienestar y entonces podemos decir que el contrato pierde su vigencia para dejar de ser funcional y transformarse antifuncional e insalubre.
Por economía psíquica, definimos al conjunto de procesos anímicos regulados por el principio del placer. Dicho principio psíquico interviene para aminorar la tensión de todo aquello que provoca malestar o displacer y evitar lo que llamamos “ sufrimiento “.
Económicamente hablando, todo aquello que provoca malestar, tensión o sufrimiento, puede llegar a disminuir la capacidad intelectual y productiva de cualquier ser humano, ya sea en lo laboral o en lo personal.
Vamos a tratar de explicar estos conceptos tan fundamentales para entender la base sobre la cual se sostiene el contrato emocional o afectivo.
Relacionaremos el placer y el displacer con aquello que provoca excitación o inquietud en nuestro estado de ánimo.
El displacer o malestar corresponde con una elevación de dicha excitación y el placer o bienestar con una disminución de dicha tensión.
Más que una relación con sensaciones, el factor decisivo es el aumento o disminución de dicha medida de excitación en el tiempo. Es decir, ciertas tensiones personales y/o laborables, provocan malestar porque se acumulan durante un tiempo y el no poder aminorarlas acaban produciendo perturbación anímica.
G.Th.Fechner afirma que nuestra conciencia se halla revestida de placer cuanto más se acerca a la completa estabilidad o de malestar cuanto más se aleja de la misma. Podríamos hablar de un límite intermedio entre el bienestar y el malestar al cual denominamos: indiferencia.
Debemos señalar que la tendencia humana es a mantener nuestro cerebro con el mínimo nivel de tensiones y si no hubiesen otras fuerzas que se oponen a dicha tendencia, podría ser hasta peligroso para nuestra autorrealización, ya que no podríamos hacer frente a las dificultades del mundo exterior.
Nuestro instinto de conservación nos lleva a aceptar en parte la realidad y si bien no podemos eliminar todo aquello que nos produce malestar, somos capaces de tolerar un cierto grado de malestar o insatisfacción para llegar al encuentro con lo que ansiamos y que nos producirá placer.
El contrato emocional se establece para obtener una tranquilidad y estabilidad pero a su vez, para tolerar un grado de tensión laboral que a la larga producirá bienestar.
Todo contrato emocional, moral o afectivo, suele ejercer cierta presión sobre la persona para que lejos de acomodarse en su posición laboral y/o personas, produzca un grado de tensión que la obligue a mejorar y producir más para la empresa y ella misma. Este grado de insatisfacción ayuda a que el trabajador tenga una actitud más deseante. La falta de motivación que tanto se achaca a los Funcionarios puede ser debido a la situación de extrema estabilidad que tienen, la cual puede llegar a aminorar su deseo por su labor, de manera que trabajan para lo justo y necesario de su función. Circunstancia por la que a veces es difícil exigirles mayor productividad. Esto nos lleva a plantearnos que en algunos sistemas laborales el contrato emocional se establece no en relación al principio de realidad, sino en relación al principio del placer, es decir, trabajar con el mínimo esfuerzo.
El establecimiento del contrato emocional da asiento a las bases de la productividad con el capital humano. Será la necesidad la que teóricamente haga moverse al trabajador cuando la realidad llame a su puerta. Un bienestar con el tiempo puede convertirse en algo caduco que requiera una reestructuración hacia nuevos bienestares. Esta circunstancia nos hace pensar que las bases del contrato emocional están sostenidas por algo tan dinámico y evolutivo como es el equilibrio entre dos fuerzas que son el principio del placer y el de realidad. Equilibrio que a su vez nunca goza de equilibrio. Son sus desequilibrios y el afán de conquista del equilibrio lo que da originalidad a cualquier emoción humana.
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