“Algunas
consecuencias psíquicas de la diferencia sexual anatómica.” Es un texto de 1925
de Freud. La pareja, para el psicoanálisis es una construcción. Las
concepciones ideológicas que circulan desde hace décadas sobre lo que es una
pareja, siguen encajadas en unos patrones donde la sexualidad que marca la
dirección o el destino de la pareja siempre es una sexualidad infantil.
Si le preguntamos a
un hombre, qué es una mujer, le pondríamos en el mismo aprieto que si
preguntamos a una mujer qué es un hombre. Esta pregunta, nos inicia en el campo
de las diferencias, que aparte de las diferencias anatómicas, las diferencias
psíquicas son para los integrantes de la pareja la verdadera causa de su
neurosis.
Un hombre, una mujer,
su encuentro está marcado por la existencia de una sexualidad constitutiva
infantil, la cual por inconsciente, determina el acontecer de los hechos
presentes y futuros. Esta sexualidad infantil, no solo determinará
inconscientemente la relación entre ellos dos, sino también las relaciones con
el mundo.
Al hombre y a la
mujer le es difícil abandonar aquello que le dio algún tipo de goce en época
pasadas. Sustituir puede ser un obstáculo al crecimiento, renunciar a un modelo
de sexualidad infantil por uno más adulto, supone incluir al otro. Esto nos
lleva a la pregunta de si los problemas al crecimiento dentro de la pareja, no
dejan de ser resistencias narcisistas infantiles, donde uno valora lo suyo por
encima del otro y en esta no renuncia, lo que se rechaza es el intercambio,
para no tener que agradecer nada al otro.
Nuestro nacimiento se
produce en un marco constitutivo familiar. El niño está inmerso en la
sexualidad de los padres y los primeros modelos de identificación incluyen a la
figura paterna y materna.
Comencemos por el
niño varón. Denominamos Edipo, a la relación del niño con la madre, donde la
crianza y el cuidado establecen la aparición de unos lazos libidinales que
permanecen en calidad de huella inconsciente y determinan en el niño sus
futuras relaciones objetales, tanto sexuales como amorosas.
En el Edipo, también
interviene un tercer elemento, que es la figura del padre. Para el niño, salvo
circunstancias producidas por la neurosis de la madre, su padre es un ser respetado,
temido o anulado y que debe incluirlo en la relación con la madre. Este
triángulo amoroso y libidinal queda establecido a modo de pacto inconsciente y
marcado por la disposición bisexual del niño, dispuesto en doble sentido:
activo y pasivo. La posición activa supone la existencia de una rivalidad más o
menos mostrada hacia la figura del padre. Dicha rivalidad puede ser secundaria
a un primer periodo de pasividad con respecto al padre por parte del niño.
Vemos como niños dóciles en sus primeros años de infancia, manifiestan un
comportamiento rival, desafiante y agresivo al comenzar la etapa de la pubertad
o adolescencia hacia el padre y/o hacia la madre.
La posición pasiva en
el niño, supondría una renuncia a su virilidad, a un no excluirse de la
relación con la madre aunque para ello le suponga conformar una personalidad
pasiva. Podemos calificar este hecho de actitud femenina con respecto al padre.
Esto puede derivar en su ser adulto hacia una homosexualidad pasiva o bien
hacia una actitud de sometimiento con respecto a la mujer y a la vida en
general. Este tipo de varones, son hombres a medias, que no han terminado de
realizar el pasaje de renuncia a la figura materna y sus relaciones de pareja
están marcadas por una posición pasiva con respecto al amor, al sexo, al dinero
y a sus relaciones sociales.
En dicha posición
pasiva, el niño ha adoptado una identificación de índole cariñosa con el padre,
para estar cerca de la madre. Esta renuncia inconsciente a la rivalidad con el
mismo, sella el destino del varón con respecto a sus relaciones de pareja. Su
actitud está marcada por una pasividad y por un sometimiento con respecto a la
mujer que no deja de ser una proyección edípica.
El complejo de edipo
en la niña, implica un problemas mas que el del varón. En ambos casos la madre
fue el objeto original y nos es fácil ver que el niño la retenga
inconscientemente como primer objeto amoroso y fuente de sus fantasías
sexuales. Nos preguntamos, cómo llega la niña a abandonar la figura de la madre
e incluir en su lugar al padre como objeto amoroso?
Cuando investigamos
este hecho, nos encontramos en la niña que tras dicho establecimiento de
vinculación al padre, subyace la fantasía y el deseo de tener un hijo con el
padre. Este deseo inconsciente puede ser entre otras, la causa de ciertas
infertilidades femeninas o ciertas renuncias al establecimiento de lazos
libidinales con los hombres, pues el deseo de tener un hijo con el padre,
culmina en la renuncia a los objetos masculinos.
Estas fantasías
pueden ser la fuerza impulsora de la masturbación infantil y de su posterior
represión por el sentimiento de culpabilidad que originan en las mismas.
La niña, a través del
descubrimiento del pene en un hermano o en alguno compañero de juego, le llama
poderosamente la atención y lo reconoce como algo superior o al menos diferente
con respecto a ella. Este reconocimiento le hace caer víctima de la envidia
fálica.
Este hecho, es
determinante en el desarrollo sexual de la mujer. El deseo de tener un órgano
genital similar al del hombre, puede llevar a la mujer a una situación de
rivalidad permanente con respecto al hombre. Nos encontramos así a mujeres que
se hallan en estado permanente de rivalidad con su pareja o con los hombres.
Bien pueden manifestarse en un comportamiento masculino con respecto a su
sexualidad que le lleva a construir hombre femeninos, pasivo, castrados.
Así mismo, cuando la
rivalidad es envidia, su comportamiento es una permanente lucha por quedar por
encima de él, de modo que sus vivencias dentro de la pareja, estarán marcadas
por un no aceptar dicha diferencia. Todo es una manifestación de dicha envidia
que le puede llevar a la separación cuando no logra someter, castrar o anular
al hombre.