viernes, 1 de febrero de 2013

NO PODEMOS VIVIR SIN DOLOR

Tras veinte años dedicándome a la clínica psicoanalítica, puedo afirmar que el elemento común que acompaña a todas las personas cuando acuden a terapia es el dolor. Dolor como malestar, unido a la angustia, a la ansiedad, en diferentes variedades, pero coincidiendo el dolor como compañía. Al principio de mi práctica médica, veía con sorpresa que cuando las personas experimentaban algo de alivio en su dolor ( podríamos llamarlo “dolor del alma ), abandonaban el tratamiento para volver de nuevo al estado doloroso. En la terapia de pareja, el dolor que ambas partes se infligen es lo más complejo de resolver hasta el punto que cuando sienten un alivio, vuelven de nuevo a la búsqueda del estado doloroso. Esto me lleva al encuentro de una frase: “el ser humano no puede vivir sin dolor”. En la afirmación de esta frase sostengo que el dolor se convierte en una forma de vida, hasta el punto que llega a ser arriesgado y en harto peligroso eliminarlo de la vida de la persona, porque produce tal vacío en la misma, que difícilmente se puede llenar con algo parecido al dolor. Las personas sufren. En dicho estado de sufrimiento nos encontramos que la persona no abandona su sufrimiento, hasta el punto de ver en dicho sufrimiento una necesidad permanente del mismo. ¿Podríamos llamar a esto masoquismo? Encontramos un goce inconsciente en el dolor? ¿O dicho dolor tiene nombre y apellidos?¿Y si nuestro dolor se lo estamos dedicando a alguien? El dolor, siempre va asociado a la moral, en el sentido que las tendencias masoquistas o sufridoras, son mejor vistas por lo social y por la propia moral que las tendencias sádicas. Esto quiere decir que en todo masoquismo o sufrimiento, podemos descubrir en la persona un sentimiento sádico hacia algo o alguien pero reprimido, censurado, oculto. Esto quiere decir que en una variante del masoquismo, podemos decir que hay un sadismo pero vuelto hacia la propia persona. La persona se maltrata, se agrede, se tortura, sufre. Profundizando un poco más a nivel inconsciente, descubrimos que el masoquista, no es a él a quien se inflige el daño, sino a la persona hacia la que siente rencor y odio. Mediante un mecanismo complejo de proyección e identificación, la persona sufridora se ha identificado en parte con la persona causante de su dolor, de manera que lo incorpora a su yo y una vez incorporado, lo tortura, lo maltrata hasta llegar a destruirlo como es en el caso del suicida. Desde ahí, podemos entender el goce que existe en el masoquismo, porque el masoquista goza torturando y maltratando a la persona causante de su malestar. Digamos que el masoquista es un verdugo, un torturador que pasa gran parte del día castigando a ese otro que odia, pero ese otro que odia, lo ha incorporado a sí mismo y de ahí su goce masoquista que no deja de ser un goce sádico. ( CONTINUARA ) De su próximo libro: Parejas Masoquistas. 

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